He ido a recuperar las cajas de mis libros en el sótano de la casa de veraneo familiar y he encontrado que estaban siendo devorados por termitas hambrientas de letras. Llamadas por la irresistible celulosa de sus páginas, estos animalitos parecen haber encontrado un pequeño paraíso dónde instalarse. Han ocupado sin piedad de algunos de los libros que me acunaron en mi época postuniversitaria. Fue una época compulsiva, de ir descubriendo autores y lecturas con las que identificarse. Cuando terminamos la carrera, mis amigas y yo entregamos simbólicamente el título a los padres y volamos. Sentíamos que allí empezaba nuestra libertad en mayúsculas. El título pasaba a ser una credencial para las familias, como un cerrar la puerta al paraguas familiar en el sentido amplio. Muchas ya no vivíamos en los hogares familiares, estábamos de prácticas en el mundo o apelotonadas en pisos de "estudiantes". Pero a pesar de la universidad, teníamos todavía hambre de letras. Tierna melancolía.....
Breves reflexiones desde de la pedagogía, con mirada psicoanalítica.