Cuando yo tuve el primer bebé, mi querida psicoanalista de cabecera se encargó de que me quedase bien clara la importancia de hablar a los bebés. "Ella te va a entender, háblale, todo lo que puedas!", me decía... Seguramente me decía más cosas, pero en aquel momento esta idea me caló bien adentro.
Luego, con los años, los seminarios y las lecturas, fui entendiendo esta idea.
El lenguaje nos constituye como sujetos y nos constituye como seres sociales. Nos estructura. Sin lenguaje no hay orden. Nos abre las puertas a nombrar no solo lo que percibimos y es tangible, sino también a aquello que es simbólico y que en ese instante solo existe en nuestra mente. Podemos nombrar lo que estamos viendo, pero también aquello que en este preciso momento no tenemos aquí.
El lenguaje también nos acoge en un tiempo y un lugar, en un momento histórico, social, cultural. Nos hace como somos. Nos constituye de tal manera que pertenecemos y perteneceremos siempre en origen a un sitio determinado. La lengua materna o primaria es esto. Incluso la UNESCO estableció en 1999 un día internacional para la lengua materna. La lengua materna es el primer lenguaje que aprendemos, ya sea de la madre o de la persona que nos atiende física y emocionalmente en primera instancia cuando somos bebés. Es la lengua principal en la que pensaremos y nos comunicaremos, más allá de la posibilidad de adquirir otras lenguas. La lengua materna nos hace seres humanos.
Ayer ocurrió algo mágico en el Espai Nadó que acompaño. Hablábamos sobre la alimentación complementaria y poco a poco las pequeñas personitas que nos acompañaban empezaron a hacer sonidos vocales, generando una especie de conversación en paralelo entre ellas. Era un principio de interacción, una muestra de la necesidad de comunicar, de hacerse escuchar a la vez que se escuchaban unas a otras. Una algarabía de vocecitas que experimentaban subidas o bajadas de volumen, tonos más graves o tonos más agudos, largos o cortos, guturales o suaves, percutivos o musicales... se iban generando preguntas, respuestas, exclamaciones, afirmaciones... Es lo que llamamos protoconversaciones, donde existe una alternancia de turnos en el tiempo y se conjugan pequeñas sílabas constituidas por vocales y consonantes de forma aparentemente aleatoria. Una conversación incipiente, o más bien una conversación en toda regla. Ante este espectáculo espontáneo e inesperado nos detuvimos unos instantes a observar. Cinco bebés en comunicación. Emitiendo sonidos, pero también haciendo gestos con el cuerpo (no solo manos o brazos) y expresiones faciales de los más diversas. Hablaban con todo el cuerpo. Se perseguían entre ell@s con un lenguaje incipiente, pero lleno de sentidos. Tras un rato la conversación se fue desvaneciendo. Sus caras (y sus cuerpos) mostraban satisfacción, descanso.
Estas escenas nos dan muchas pistas sobre cómo los niños van constituyéndose como sujetos individuales y como seres sociales. Poder tener la oportunidad de observarlos es un privilegio. Nos pone en la mesa la importancia de esos primeros balbuceos más allá de una capacidad vocal. Aparte de los músculos, ahí están en juego muchas otras cosas.
"¡Háblale todo lo que puedas!! Me decía mi analista. Y yo le hablaba, primero sintiéndome incómoda, pero pronto integrando una rutina de conversaciones entre la bebé y yo. La voz de a madre tiene mucho poder. Si el bebé llora y no se puede atender en cuerpo físico, se le puede atender con la palabra. Esta es una herramienta extraordinaria. ¡Probad! Si llora habladle, decidle que ahora vais a ir para ver qué necesita, y, por supuesto, cumplid vuestra palabra, para que crezca en la confianza. Sólo así tejemos el vínculo, con palabras. En Lockzy las cuidadoras cuidan con los cuidados físicos, pero también lo hacen con la palabra. Pikler bien sabía que no podía reparar vivencias de dolor pasadas de aquellos bebés, pero por ello consignó que siempre nos queda la posibilidad de acompañar con la palabra.
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