En los últimos años vengo observando situaciones que ponen de manifiesto la incomodidad que nos despierta a las personas adultas el tema de los LÍMITES. Tanto si tenemos criaturas a cargo como si no, reconocer la necesidad y aceptar los límites como algo positivo de entrada nos resulta molesto.
Inicio el camino con esta sentencia de partida. Durante año y medio hemos trabajado este tema con algunas compañeras del Fòrum Psicoanalític de Tarragona (FPT) en el formato de cártel. Juntas hemos ido poniendo sobre la mesa cuestiones que nos atañen en relación a El concepto de límite en la infancia y la adolescencia, entre la educación y el psicoanálisis.
Emprendo el viaje constatando que hemos entrado en una nueva etapa: el lugar del adulto se debate entre las antiguas formas de crianza tradicional versus una crianza new-age en la que es el infants quien marca los momentos y las adultas quienes deben estar atentas a sus necesidades. Así, padres y madres que desaprobamos el autoritarismo de entrada, a su vez, no sabemos cómo ejercer la dichosa autoridad ante nuestras hijas e hijos.
Observo mucha confusión y desorientación. Parece que hemos perdido el norte que antes nos constreñía. Aparece una amplia bibliografía al alcance de todas que marca estas nuevas tendencias. Esto me resulta positivo, pero me asusta el lugar desde el que lo leemos. La crisis de estilo educativo nos ha llevado al lugar del no-saber-nada y esta posición es muy peligrosa a la par que atractiva para algunos leones. Navegamos entre mucha información, pero cultivamos poca confianza en nosotras mismas. ¿Quizás deberíamos apostar por conjugar el saber de fuera y el saber de dentro?
Los límites nos ayudan mucho a todos. Nos permiten tener un control de nuestros impulsos para con nosotras mismas como para con el otro. Como personas adultas solemos tener carencias en este sentido. Y por si fuera poco, en la crianza se pone en juego la capacidad de la persona adulta de sostener la autoridad. Es decir, si tengo que poner un "no", sé que probablemente acto seguido tendré que presenciar una expresión de frustración en el otro, con lo que muchas veces resulta más fácil decir "sí" o, en un estilo más diplomático, no implicarnos en la respuesta (dejar pasar). Poner un límite a un hijo o hija implica necesitar un tiempo después para acompañarlo y ser congruente. Parece ser que nos falta tiempo y congruencia. Así andamos todos, no solo las criaturas. Confundidas, desbordadas, descentradas.
Curiosamente, la dificultad para poder gestionar situaciones de límites con las hijas e hijos es un aspecto estructural y subyacente a las conductas infantiles que motivan consultar a una profesional. Cuando rascamos nos percatamos que lo que vemos en el niño resulta ser un síntoma de lo que anhela. El infans necesita "no's". Es una cuestión de respeto, en primer lugar a él mismo, a su condición subjetiva que poco a poco se va gestando más autónoma e independiente. Para que pueda subjetivizarse debe, en primer lugar, aprender a gestionar sus propios impulsos, y seguidamente, a vivir en los términos que la socialización le impone. Se trata de algo funcional, que le va a permitir saber quién es y qué necesita en cada momento.
Recuerdo el mensaje de una taza de una compañera de trabajo que decía así: "si puedes soñarlo, puedes hacerlo". Muy romántico pero poco real. No se puede todo, y es necesario que así sea. Creer que todo es posible es un engaño, si bien nos parece que deviene un motor para lograr nuestras metas. El límite nos acota el goce sin fin, nos devuelve a la realidad para que no muramos en él. Y nos obliga a buscar nuevas direcciones (aquellas que se sitúan en el sí o, en el limbo!) en el camino de satisfacer lo más parecido al propio deseo. Sin los límites el infans no podría devenir Sujeto, integrar su propio YO y sentir que "YO también soy OTRO".
Comentarios
Publicar un comentario