En 1986, Año Internacional de La Paz, un equipo interdisciplinar de especialistas universitarios se reunía para debatir sobre la fatalidad de las guerras. Acordaron un texto, el Manifiesto de Sevilla sobre la Violencia, que en 1989 fue asumido y difundido por la UNESCO. En su segunda proposición recoge que es "CIENTÍFICAMENTE ES INCORRECTO decir que la guerra o cualquier otra forma de comportamiento violento está genéticamente programada en la naturaleza humana". El texto compila argumentos científicos que respaldan tal afirmación. Si bien la agresividad es un atributo animal y humano, la violencia supone una voluntad (consciente o inconsciente) que puede ser, por tanto, modulada.
Por ello mantengo que la supuesta "maldad" no es un rasgo determinante de la clase humana, y consecuentemente, tampoco lo es del infans.
Desde las aportaciones de la psicología evolutiva sabemos que el sujeto nace y poco a poco, puesto en relación con su entorno, va configurándose como tal, construyendo un corpus identitario propio y único. El infans va intuyendo su deseo y su impulso vital lo va a poner en la línea para conseguirlo. Algunos deseos pueden ser alcanzados, en tanto que sus consecuencias a segundos y terceros no tienen trascendencia de peso. Pero muchos otros van a topar, por ejemplo, con el deseo del otro. La psicoanalista Norma Bruner, en su texto El juego en los límites (1) apunta que "los niños desean la muerte de todo aquel que se oponga a la satisfacción de su deseo. Desde su egoísmo (el niño freudiano no es malo, sino egoísta), no dejará en sus juegos “títere con cabeza”. Padres, madres, hermanos, amigos, analistas, terapeutas, juguetes, “caerán” si se cruzan en su camino". Esto es algo inevitable, si bien la educación debe ir dando respuesta a ello a medida que el sujeto va haciendo suya la cultura. Somos las personas adultas responsables de la atención del niño quienes debemos cuidar de ello. Transmitir la cultura es fundamental para que el sujeto pueda ir integrando una conciencia moral, un sentido de la compasión y una responsabilidad ética. El narcisismo infantil, tan esencial para empujar la vida, debe encontrar lugares para ser acunado. El juego es uno de ellos. Por ello es tan importante que la infancia tenga el juego como actividad central.
Melanie Klein (2), también psicoanalista, nos mostró que los niños muestran sus fantasías y ansiedades a través del juego. El juego, por tanto, se convierte para él en su principal lenguaje. En él recrea su mundo interior, lo que domina y lo que tiene por dominar, lo que conoce y lo que le confunde, pudiendo así darle un lugar a lo que le causa molestia. En el juego puede ocupar el lugar que necesite sin correr riesgos, le permite entrar en la cultura, practicar (muy claro en su traducción anglosajona to play, practicar-jugar). Retomando a Norma Bruner, a partir de los escritos de Freud (3), "el niño se prepara para la paz haciendo la guerra, y para la vida preparándose para la muerte".
Así pues, no nos asuste cuando vemos juegos que increpan la violencia mundana. Estemos atentas, observemos, analicemos. Identifiquemos qué es lo que nos molesta a nosotras, para discernir entre lo propio y lo ajeno, evitando interferencias en nuestro rol de adultas responsables. Luego, pasado un rato, podemos incluso comentar con los niños lo observado, más con curiosidad que con ganas de enjuiciar, en un momento óptimo en el que la energía sea tal que permita receptividad y tiempo por ambas partes. Abramos conversaciones para pasar el juego al lenguaje de las palabras, a la cultura hablada. Dejemos nuevos interrogantes sobre la mesa. Seamos pacientes.
¿Y sobre los "malos" comportamientos? Eso no es un juego, claro que no. Hay que atenderlos y, si atentan principios esenciales, castrarlos. Debemos mostrar (y mostrarnos) que no todo está permitido. Hay enunciados que deben ser incluso lapidantes. Duelen pero luego relajan. Perdernos en los argumentos genera mayor confusión, por lo que es más práctico ser claro y conciso. Y esto se puede hacer sin gritar y, por supuesto, sin violencia física o verbal, propiciando nuevos modelos de relación. Rebecca Wild en Libertad y Límites, Amor y Respeto (4) expone que "hemos llegado a la convicción de que nadie se comporta mal cuando se siente bien. Comportarse mal significa bien no percibir los límites o bien menospreciarlos" (p.38). Tras lo que denominamos un "mal comportamiento" se suelen encontrar malestares no resueltos, dolor acumulado y/o necesidades no atendidas. Es nuestra obligación indagar en ellas para poder abordarlas pero con tolerancia cero a determinadas conductas. Hay que enseñar que una es responsable de sus actos y que esto constituye algo necesario e inevitable de la condición humana.
CITAS
(1) Bruner, N. (2012). El juego en los límites. Buenos Aires: Eudeba (2da edición, 2019)
(2) Klein, M. (1955/2004). "La técnica psicoanalítica del juego: su historia y significado". En Obras Completas (4a Reimpresión). Tomo III (pp. 129-146) Buenos Aires: Paidós.
(3) Freud, S. (1915/1986). De guerra y muerte. Buenos Aires: Amorrortu, 1986.
(4) Wild, R. (2006). Libertad y límites, amor y respeto. Lo que los niños necesitan de nosotros. Barcelona: Herder.
Comentarios
Publicar un comentario