Estamos eligiendo una película para el domingo tarde con los niños. Vamos mirando en el servidor; ellos me van diciendo y yo les voy leyendo los argumentos. Todas las películas llevan un mensaje intrínseco. La clásica moraleja de antes ahora un poco maquillada, para no ser tan evidente. Los niños rápido nos ven "el plumero"... Tras leer varias mi hija me dice "todas son iguales, de uno que es diferente, lo rechazan, y luego lo aceptan, vaya rollo". El comentario me hace gracia, pero a su vez me parece muy acertado. ¡Qué razón! Hasta el domingo por la tarde, el día que toca pantalla, ¿todo tiene que ser tan éticamente correcto?
Los valores no se inculcan. La vieja táctica en la que creció nuestra generación basada en "tocar la fibra" para despertar la empatía ya está caduca. Ya le pusimos nombre al chantaje emocional. Las moralejas son los restos de un estilo educativo nacional-católico, moralizador, de ética impuesta y valores postizos. Así no se integra nada porque a lo que se apunta es a despertar la culpa. Si siento algo malo, por ejemplo, celos, rabia u odio hacia alguien, me tengo que avergonzar, lo que me lleva a negar ese sentir propio, y, en consecuencia, a irme haciendo una perfecta desconocida para mí misma. No se pueden tener pensamientos "impuros" y para ello, la literatura y la filmografía infantil nos cortejan a las adultas y adultos creando argumentos con mensajes que bautizan como educativos. Ante todo esto, mi hija parece estar harta de que se la cuelen constantemente. Ella quiere ver realidad, algo que le mueva no solo la compasión, el amor o la ternura. Parece que necesita algo fuerte, real y sin disfraces. Luego ella ya decidirá cómo se posiciona en ello.
Ha habido mucha polémica en torno a los clásicos de la literatura infantil. Pienso en Caperucita Roja, Cenicienta, Hansel y Gretel, la Ratita Presumida... Son cuentos que perduran y, sin embargo, cuando las adultas nos encontramos leyéndolos a nuestros queridísimos retoños, en un acto de entrega total y absoluta, nos horrorizamos en algunos pasajes. Nos molesta que unos se coman a otros, que los malos siempre sean los mismos, que haya malos malísimos que hagan cosas espantosas,... nos horroriza poner delante de los ojos virginales de nuestros hijos e hijas escenas que estremecen. A veces las adultas cambiamos el argumento, o, como poco, aligeramos las palabras del relato, por temor a perturbar a las criaturas. Y cuando terminamos finalmente el libro aliviadas, nos piden para nuestra sorpresa que lo contemos otra vez.
Pensando todo esto, el interés infantil morboso por los cuentos tradicionales, junto con la cantidad de películas infantiles edulcoradas, me pregunto cómo poder equilibrar una cosa con la otra, aunque solo sea para apaciguar las conciencias ma-parentales. Sigo siendo fan, porque me sorprende la insistencia con la que las criaturas lo piden, de leer los clásicos las veces que haga falta. Está claro que les impactan. Les impacta la maldad, la ferocidad, la mentira, el heroísmo de algunos de sus personajes en contraste con la victimización de otros. Escuchando el relato las criaturas lo viven en primera persona, se les mueve todo eso. Tienen que escucharlo una y otra vez porque el impacto es tal que en cada lectura amplían su vivencia. Luego lo juegan: una hace de lobo, otro de cerdito, otro de bruja, .... y se cambian papeles. Jugándolo lo digieren, experimentan algo parecido a estar en aquel lugar y cómo se ve el mundo y al resto desde allí. Comprueban cómo se sienten. El juego calma las ansias de lo oscuro en cada una de nosotras. Si hay que "matar" a alguien, mejor siempre en el juego, que es lo más cercano a lo real gracias a lo imaginario. De allí saldremos mucho más tranquilas.
Entonces, ¿por qué censurar todo ello de partida? ¿Por qué taparlo todo con moralejas? ¿Esa es la poca confianza que tenemos en la especie humana, en nuestros hijos e hijas en concreto? ¿No estamos las adultas allí para hablarles si lo vemos necesario? Las criaturas hoy necesitan más palabras de las adultas referentes que no librarlos a la bondad de los films. No podemos delegar estas cuestiones tan importantes a una moraleja que les cae a modo de losa sepultadora. Hay que permitir pequeñas dosis de maldad (con medida claro) para después acompañar un tiempo de pensar. Nuestros hijos e hijas, todas lo sabemos, son inteligentes y van a saber discernir lo que sí y lo que no. El modelo bueno, si nos lo proponemos, ya somos nosotras para ellos, ¿o no?
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