Tendemos a ser recelosos con lo nuestro. A quién más o a quién menos nos gusta hacerlo a nuestra manera, poder controlar lo que nos atañe y decidir según nuestro parecer. De la misma manera nos pasa con l@s hij@s. Queremos hacerlos a medida, que no nos chirríen ni nos perturben demasiado. Que se sintonicen con nuestro estilo. Así fácil. Es una mirada inevitablemente oikocéntrica.
Pero resulta incómodo ir viendo cómo, a medida que van creciendo, l@s hij@s se desmarcan de nuestras proyecciones. Además de desmarcarse, luego nos confrontan. Saben dar allí donde más duele. Tocan la tecla más aguda, ponen a prueba nuestra capacidad de autocontención, logran sacarnos de la función educativa y ponernos en el lugar de iguales. Se da un vaivén de altibajos, de tensiones y distensiones interesantes a través de las cuales se ponen sobre la mesa muchas cosas sobre cada un@ y sobre la relación misma.
Así pues, es maravilloso que todo esto se dé, porque sin agitación no puede darse la emancipación. Es maravilloso en primer lugar que como adult@s proyectemos sobre los niñ@s que tenemos a cargo, siempre que esa proyección se dé en positivo para el porvenir del infans. Tener un proyecto suficientemente positivo para el Otro pequeño es transmitirle un deseo, y por consecuencia, volcarlo a la vida. El psicoanálisis siempre nos recuerda que el deseo no es el propio, sino que es el deseo del Otro.
También es maravilloso que el infans pueda sentirse dentro de ese "oikos" o unidad familiar, en cualquiera de sus formas, y que sienta que se le requiere como un miembro más. Del mismo modo, su tarea es experimentar esa unidad y probar hasta qué punto los límites pueden ser porosos o no, excluyentes o integrantes de otras formas. El núcleo le da seguridad para poder mirar hacia fuera. Son sus pies en tierra firme, por ello allí puede el niño dejarse ir, desmontarse y remontar las veces que requiera (esa famosa frase... "pues no lo entiendo, si conmigo se comporta tan bien, en cambio, con su madre/padre..."). Porque es maravilloso que así sea, que el niño pueda ser en todas sus caras en construcción, sabiendo que su núcleo lo acoge a pesar de ponerle límites: "tú eres de los nuestros, nosotros lo hacemos así y tú también lo vas a hacer así".
Quizás por unos años este pacto no dicho se sostiene de forma más o menos armónica. Pero llegará entonces otro momento maravilloso, en el que la confrontación es mayor, porque la necesidad de vida del niño-ya-adolescente está en plena efervescencia. Y poco se puede hacer. Casi que lo mejor es preservarse a un@ mism@ y confiar que el adolescente va bastante bien equipado con todo lo que hicimos a lo largo de los años previos. En esas curvas hay que agarrarse fuerte y permanecer muy atent@s para intervenir en los momentos justos y necesarios, teniendo bien claro lo que es de un@ y lo que es del otr@, para no general un cóctel que acabe con siendo molotov.
Mirar(-se) a ese adolescente con ojos maravillados. Hacerle saber que estamos allí incondicionalmente, como siempre antes estuvimos. Validar sus nuevas maneras de ser en el mundo, traspasando incluso las fronteras de esa tierra firme que hemos querido ser para él o ella. También decirle lo que creemos conveniente y lo que no, puesto que la ley de vida lo mantiene aún bajo nuestros cuidados. Prohibir también está permitido, incluso es obligatorio hacerlo en determinadas circunstancias, a sabiendas de que ello comporta una reacción en el Otro que tendremos que sostener como personas adultas a cargo de. Y ese sostener es la clave, poder aprender nosotros como pa-madres a encontrar firmeza y ser puntos de apoyo válidos a pesar de nuestras inseguridades y nuestras dudas. Hay que apostar y posicionarse, ser y estar presente y ver cómo nos va. Seguro que lo vamos a surfear bien.
Ni falta hace decir que todo esto es muy cansado. Es muy duro sostener cada confrontación, pero también configurar una cosmovisión y transmitirla a l@s hij@s, siendo sensatos y congruentes, alineando el sentir, el pensar y el hacer. Por eso la mayoría de veces nos sentimos fracasar allí como ma-padres. Porque creeemos nos habernos preparado lo suficiente para prever lo que se nos viene y nos sentimos como elefantes en una cacharrería, tristemente torpes y constriñendo nuestras emociones al fondo de un cajón oscuro, para que no se meneen mucho. Bueno, al fin y al cabo vivir en relación se trata de esto, ¿no? Démonos un golpecito en la espalda y adelante.
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