Pablo Milanés tiene una canción titulada así. Es una buena metáfora de muchas escenas, así como de la escena del trabajo de intervención socioeducativa.
En la relación entre las dos partes, la de la profesional (supuesto saber) y la de quién acude (sujeto barrado, en alguna de sus manifestaciones), se va labrando un recorrido hasta llegar hasta ese espacio de estar y no estar. En la intervención socioeducativa la profesional tiene la obligación de hablar para poder llegar a nombrar lo que el sujeto no puede o no sabe, pero que sin embargo conoce bien puesto que siempre en su historia acaba llegando a ese lugar trampa. Por ello parece que el sujeto prefiere no estar allí, al menos de forma consciente, aunque sin saber cómo, está metido hasta dentro.
En este contexto decimos que las palabras de la profesional deben ser breves, justas y concisas. No se vale decir lo que nos conviene sino que se requiere de nombrar lo que conviene al otro. No sirve nuestro parecer, sirven mejor interrogantes que lleven al sujeto a buscar "su parecer", lo que puede empezar a reconocer y aceptar como parte de él, sin miedo o vergüenza al juicio, sintiéndose golpeado por ello en toda su magnitud, para a posteriori poder acogerlo de forma compasiva por unos instantes, los justos para poder accionarse como residente y decidirse como sujeto.
He aquí el arte de la palabra, la que se dá justo en ese "breve espacio" en el que el sujeto "no está" pero se observa. Para llegar allí primero la profesional recoge la angustia relatada, se hace una vaga idea de la situación, la puede incluso llegar a ordenar para devolvérsela al otro no como caos absoluto, si no al menos como parcelas que se entrelazan pero que no dejan de ser en algo diferentes. Allí el sujeto puede sentir algo de lo reconfortante a través del sentirse escuchado y acogido. Entonces, con ese terreno preparado, viene el núcleo de la intervención. Hay que lanzar un buen mensaje para ese sujeto, a veces hay que jugársela un poco, pensando que si no se acierta el sujeto está en condiciones de responder y vamos a permitírselo, reconociendo su agencia por encima de la nuestra. Hemos traspasado la frontera. La narración de hechos se vuelve más abstracta, se tratan cuestiones de funcionamiento, maneras de reaccionar, metalectura de las escenas cotidianas. En ese lugar, si todo sucede según lo esperado, el sujeto está más abierto a cambiar de papel, a ponerse en el lugar de, a pensar otro tipo de respuestas, en definitiva, conecta con algo de su creatividad, de su agencia y su autoría. Subrayar esto por parte de la profesional es vital, puesto que no sólo tratamos la angustia que nos ha sido expuesta en consulta sinó que en el mismo paquete se tocan aspectos estructurales, reforzando y reconociendo la capacidad de hacer y de cambiar del sujeto (saliendo de todo esto un sujeto más seguro y reforzado).
Me ha costado años creerme este proceso, especialmente creerme que el único instrumento posible para ello es la palabra. He trabajado años atendiendo a individuales y familias que venían a pasar cuentas a la administración sobre sus vidas privadas. Con las compañeras de equipo hemos logrado generar espacios de acompañamiento y cambio, transformando lo que parece una intervención de control en una intervención de aprendizaje, devolviendo el poder de accionar la propia vida al otro y nosotras generando un saber propio que se construye sobre el que se supone ya sabido, lo modifica, y lo replantea. Cada caso es singular, en todas sus dimensiones, y la profesional también es singular en cada caso, a pesar que siempre sea la misma en esencia.
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