Escribo este texto para cerrar unos meses de crisis personal en cuanto a mi compromiso con lo social, y es que hasta hace poco pensaba que lo social tenía un lugar propio. Quizás todo era por las ganas de encontrar el propio lugar o por el amor a la profesión y la necesidad de recalcar su necesidad. Con compañerxs de campo buscábamos las grietas (cómo nos gustaba esa palabra!), y justo allí, en esas grietas, nos lanzábamos de cabeza. Hemos aprendido mucho muchísimo, gracias a la gente en general, a las interrelaciones que hemos desarrollado tanto entre nosotrxs como con lxs otrxs sociales. Es lo más cuando puedes sentir que en vez de ir a trabajar vas a aprender... Pero esa sensación nos la hemos regalado a posteriori, en los espacios de encuentro, más allá del horario laboral, juntándonos y reflexionando una vez que cada unx ha salido en su necesario paréntesis de la anhelada grieta. Es ahí cuando hemos aprendido de verdad. Lo otro han sido experiencias azarosas sobre las que hemos hecho lo que hemos podido, desnudxs como vamos. Ha sido una gran época, ahora que estoy mirando atrás.
A pesar de ello, sin una decisión firme pero determinante, me fui de allí. Dejé mi plataforma particular desde la que me lanzaba a esas grietas de lo social. Dejé mi gente, la de arriba (esa era menos mía), la de abajo y la del codo a codo. Me tomé un tiempo para coger carrerilla. Después me subí a otra plataforma, que no creí nunca que fuese "de lo social". Llevo ya un año como profesora, en la franja de edad de 15 para arriba. He tanteado, andado a veces a ciegas, a veces mal calzada, y otras incluso he tenido fe en quién sabe. Grietas no creía haber visto por ahora, lo que puede sonar algo desesperanzador. He sentido mucha melancolía por mi pasado, por esa "mi gente y mis grietas", mis espacios de pensar con lxs otrxs y de sentir algo del saber. He temido la posibilidad de que ya nunca más podría disfrutar de ese "generar mi saber" en ese lugar de lo social que tanto me ha dado. Y por ello me pregunto ahora, después de estos meses, si lo social solo tiene un lugar o bien puede estar en cualquier lugar.
Supongamos que lo social está en todo, porque lo social surge y se sostiene a través de las relaciones, de la interacción humana, de mi encuentro con el otrx ya sea individuo o colectivo, dentro de un contexto determinado. Cada encuentro es único, porque para todxs siempre tiene algo de primera vez, a pesar de que nos veamos a menudo. Esa sutileza de primera vez es fundamental en el contexto de la intervención, porque sin ella no podemos estar abiertxs al cambio, y el cambio es para mí el fin último de la intervención social, no el cambio que yo quiero, sino en la dirección del cambio que el otrx supone querer. Por tanto, lo social no ese dá solo en la calle, en un despacho de servicios sociales, en un recurso residencial infantil, en un centro penitenciario... lo social nos invade. Cuando interactuamos con el otro y lo reconocemos como sujeto total y absoluto, y cuando de forma directa o indirecta nos reclama ser escuchadx en su malestar, y cuando nosotrxs accedemos a escuchar y lo hacemos con todo el cuerpo pero con cuidado y prudencia. Este también es el lugar de lo social.
Estos meses me he sorprendido. He entrado en contacto con un sector de jóvenes que cursan estudios postobligatorios, en muchas ocasiones sorteando grandes oleajes y asomándose por acantilados peligrosos. Me he dado cuenta de que poco tengo en común con ellas. Me siento un bicho raro e incluso a veces soy prudente haciendo bromas por temor a que nos alejen más que no acercarnos. Me ha impactado que en el primer encuentro me cuenten cosas muy íntimas o que su carta de presentación sea el diagnóstico que les hizo hace un tiempo el sistema psicoeducativo. Con todo ello me quieren decir que son sujetos originales y únicos, que las tenga en cuenta como tales, a pesar de que el sistema académico organizado en clases de 20 o 30 alumnas no ayuda a profesoras como yo que tenemos dificultad de retención. Mi crisis parece llegar a su fin, porque con esta demanda se abre de nuevo ante mí el telón de lo social. Esto es lo que llama el sistema la acción tutorial, individual o en grupo.
Confieso que me siento alejada de ellas, como que no tenemos nada en común más que compartir unas horas cada tarde en las cuales se supone que deben incorporar unos conocimientos técnicos. Me he tenido que dedicar a aprender qué música escuchan, cómo visten, cómo se comunican (redes sociales), cómo se hablan entre ellas, qué visión tienen de la vida, de sus familias, .... A veces me he sentido como una antropóloga en clase! Me he aferrado en ocasiones a los contenidos de las materias, a los aspectos técnicos y más impersonales, por dar tregua a todo lo demás... Pero es evidente que si antes no saciamos algo de la demanda profunda de estas jóvenes, es absurdo plantearse la transmisión de conocimientos técnicos. Estos meses, el aterrizaje forzoso en una nueva institución, los reajustes familiares y el peso del currículum académico no me dejaban ver este nudo. Ahora que me siento y miro atrás, veo que el camino me ha ido poniendo escenas en las que hubiese podido tirar del saber acumulado y de esos intercambios que hacíamos antes con mis iguales. Pero no he identificado este nuevo lugar hasta ahora. He estado aprendiendo cosas de mis nuevas compañeras, que ya tienen más experiencia en esas situaciones. Ahora tengo que ver cómo me resitúo y cómo incorporo lo que yo traigo, de otros lugares de lo social, viendo qué sí se puede y que no, porque cada lugar tiene sus límites no dichos.
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