Sugiero equiparar este sintagma a la famosa cita de William Sheakspeare en Hamlet, el "ser o no ser", que se debate entre el existir o no invocándonos, a cada lectora, según su condición, a muchos otros dilemas: hacer o no, atreverse o no, osar, o no, ... Y añado yo "desear, o ser deseado".
Como sujetos no vemos abocados a decidir. Todo el día decidimos, o no. Si no lo hacemos, parece que no decidimos, pero al contrario, es inherente a la experiencia. Si no decidimos, ¿estamos pasando de sujetos a objetos?, o es que si no decidimos con voz damos lugar a un nuevo estatus de sujeto-objeto? ¿Cuándo soy sujeto? ¿Cuándo objeto? Mi hipótesis es que en muchas ocasiones elegimos ser objetos, objetos del otro que asume su posición de sujeto con aparente determinación y conciencia.
Vámonos a la infancia. Crecemos en un entorno en el mejor de los casos, que nos arropa mejor o peor, pero nos arropa. Es el primer eslabón de ese proceso de socialización del que Durkheim nos habla. Las personas adultas hacemos o dejamos de hacer y el niño con lo que recibe, intenta y tantea su hacer. Las personas adultas lo miramos y en ese mirar le damos tanta información que finalmente el niño, con el tiempo y en la relación cotidiana con la adulta, va a ir constituyéndose con unas particularidades frente a su posición de sujeto-objeto. Está claro que a veces será sujeto y a veces objeto. También a veces, las muchas, será objeto subjetivizado. Esto le va a permitir empezar su andadura hacia su esencia humana e incorporar herramientas para gestionar ese sostenerse humano.
Luego crecemos y en muchos casos nos damos cuenta del gran interrogante que arrastramos: ¿qué deseo?
Ayer en un seminario de psicoanálisis me iluminó una idea escuchada a un colega. Su planteamiento era un analizante que en su carrera académica, si bien podía responder exámenes y sacarlos con nota, fue incapaz de terminar su trabajo final de investigación. Alegaba que responder a un examen, a la demanda del otro, se le hacía bastante sencillo, incluso gozoso, pero que, por el contrario, ser él quien era lanzado a la deriva bajo el titular de "investiga lo que quieras" lo hacía sentir perdido y sin rumbo. He aquí el nudo de la cuestión, ese "to be or not to be, that is the question". El dilema me pareció interesantísimo, un sujeto que sabe responder perfectamente al deseo del otro, que se halla cómodo y aparentemente feliz en esa dinámica, mientras que cuando se le interroga por su propio deseo aparece la angustia y queda petrificado.
He pensado en los niños y cómo les podemos decir esto sin palabras. Cómo les podemos subrayar que está bien ser objetos de deseo, que es algo que les permite aprender y desarrollarse (el deseo del adulto sugestiona el desarrollo del niño, lo sabemos) pero que hay que mantener a flote el propio deseo, las ganas de sentirlo y el motor por conseguirlo. Las adultas debemos garantizar ese proceso del deseo infantil y sostenerlo, con sus límites. Reconocerlo y ponerle palabras para nombrarlo sin titubeos, hacerlo digno. Tenemos el reto de pensar en ello.
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